En la vida cotidiana ocurren infinitos hechos: los vehículos circulan, los aviones despegan, los árboles florecen, una persona prepara su almuerzo y así podríamos continuar citando ejemplos. Sin embargo, ¿por qué estos hechos no son noticias? Para que un hecho sea noticiable tiene que ser inusual, novedoso o relevante para la comunidad, sociedad o ámbito específico. En este sentido, una noticia es el relato, la construcción y la elaboración de un hecho, evento o acontecimiento que se considera importante o pertinente para el conocimiento público.
Los vehículos circulan y no es noticia. Pero si se produce un choque y hay heridos, probablemente eso sea una noticia. Los aviones despegan del aeropuerto, pero si no llegan a destino, probablemente eso sea una noticia. Los árboles crecen y no es noticia, pero si producto de una tormenta un árbol cae y lastima a alguien, probablemente eso sea una noticia. Una persona cocina y no es noticia, pero si al preparar la comida se incendia la casa, probablemente eso sea una noticia.
Entonces, ¿quién o quiénes determinan que un hecho sea considerado noticia? Y acá es donde la cuestión se pone interesante, ya que los medios de comunicación son los que manejan las agendas y, en base a intereses diversos, deciden qué información dar a conocer y qué lugar o espacio le darán al tratamiento de la misma.
Así, los ciudadanos nos informamos a través de los medios, ya que son los productores de contenidos y divulgadores de las noticias y hechos relevantes que acontecen a nuestro alrededor. Hasta acá, suena todo muy romántico. Pero la realidad es que estas fuentes en las que confiamos plenamente (afortunadamente algunos lo hacemos cada vez menos) son, en última instancia, meros títeres de los poderes supranacionales.
El ejercicio de informar jamás puede ser tomado a la ligera y no debería estar sesgado por otros intereses más allá del propio acto comunicativo. Sin embargo, si creemos que la TV nos dice “la verdad”, permítanme una simple reflexión: ni en Caperucita Roja reinaba tanta inocencia.
Ahora bien. En tiempos donde cualquier nimiedad parece digna de ser divulgada, ya sea para llamar la atención o para distraer a las masas de lo que verdaderamente importa, es necesario refrescar los conceptos de ética y de responsabilidad.
De acuerdo al Preámbulo del Código de Ética de la Society of Professional Journalists (la Sociedad de Periodistas Profesionales, SPJ por sus siglas en inglés) “un periodista ético actúa con integridad” y el código tiene cuatro principios fundacionales que instan a los periodistas a: (1) buscar la verdad y reportarla, (2) minimizar el daño, (3) actuar de manera independiente y (4) ser responsable y transparente. *
Estos principios se aplican (mejor dicho, deberían aplicarse) al periodismo tradicional y a las redes sociales como Facebook, YouTube, Instagram, Twitter y LinkedIn. Veamos qué supone cada uno de ellos.
1- Buscar la verdad y reportarla
A veces no está de más aclarar lo que parece obvio. Es el deber del profesional de la comunicación asumir la responsabilidad por la veracidad de su trabajo, chequear y confirmar la información las veces que sea necesario antes de publicarla y, siempre que sea posible, utilizar fuentes originales, en pos de lograr la mayor transparencia. Paradójicamente, si bien el periodista debe ser perseverante a efectos de lograr que los poderosos rindan cuentas, fomentando los diálogos donde participen pluralidad de voces y haciendo un esfuerzo por garantizar la transparencia de los asuntos públicos, la realidad es que esto implica “buchonear” a quienes responden. Dicho de manera coloquial, algo así como que el ratón vigile y reporte al gato.
2- Minimizar el daño
Muchos periodistas parecen haberse llevado esta materia a marzo. ¿Realmente se intenta minimizar el daño o más bien se lo promueve? Cuando se brinda información sensible y hay individuos implicados se debe tener en cuenta el impacto que esa información puede tener. Veamos un ejemplo reciente, la “pandemia”. En base a fuentes dudosas o papers nulos sobre la materia, en los medios reinó durante meses, las 24 horas del día, el afán de contar casos de infectados por covid-19, muertos e internados. Ciertamente, todas noticias que poco parecen minimizar los daños psicológicos de quienes, encerrados obligatoriamente por decreto presidencial, no contaban con muchas más alternativas hogareñas que “relojear” la tele. ¿A quién no le suena familiar haber escuchado frases tales como “si abrazas al abuelo lo podes matar”? Repeticiones descabelladas, dichas con tanta liviandad y sin ningún tipo de sustento que, por momentos, su cuestionamiento, causaba temor. Ahora pregunto, ¿se asemejan todas estas barbaridades a un ejercicio responsable del periodismo? ¿Alguien se cuestiona por qué, ante tan temible situación, ningún medio visibilizaba alternativas para fortalecer nuestro sistema inmunológico?
3- Actuar de manera independiente
Que no es lo mismo que ser independiente. Como es sabido, los medios son empresas que responden a intereses y, dentro de este esquema, la responsabilidad principal del periodismo ético es servir al público. Por ende, los periodistas deben evitar favorecer los intereses de aquellos que buscan influir en la cobertura con el fin de promover sus propios intereses (básicamente, lo contrario a lo que observamos cotidianamente).
Vale aclarar que los niveles de independencia dependen de cómo se plante el profesional frente a los hechos. Por ejemplo, discutir o estar en malos términos con un político puede implicar que el medio no cobre la pauta publicitaria que tenía destinada, lo cual es una presión muy fuerte y termina funcionando como mecanismo condicionante. Sin embargo, sin necesidad de pelear o faltar a la verdad y teniendo en cuenta la ética profesional que supone el ejercicio de la profesión, ante lo inaceptable simplemente se puede decir que “no”.
Es llamativo que quienes se acercan a este concepto de independencia, llevan el periodismo a la práctica sin hacer tanto alarde. Lamentablemente no son tantos en cantidad, pero quienes integran este valiosísimo grupo nos brindan información de calidad, de esa que se guarda “bajo la alfombra” porque no es conveniente divulgar: la trata de personas, el narcotráfico, la pedofilia. Los periodistas que ejercen la profesión de manera comprometida, sin corromperse o transando con el mismísimo demonio, no viven hablando de algo que no hace falta gritar a los cuatro vientos, a la vez que desde sus lugares se enfrentan a algún tipo de poder. Porque, en definitiva, pretender tener mayor credibilidad autoproclamándose independiente desde un medio de comunicación masivo que opera al servicio de grandes intereses, no es más que puro humo. Quienes aman la comunicación, lejos están de querer formar parte de este grupo de medios. Saben que el soporte es lo de menos e intentan llevar adelante su trabajo digno a pesar de las piedras que surjan en el camino.
Por otra parte, los voceros de los medios hegemónicos no deberían ser llamados “periodistas” sino asumir su rol de meros informantes de los intereses a los que son fieles, dejando de engañar y confundir al ciudadano común.
4- Ser responsable y transparente
El periodismo no es un bonito relato sobre hechos aislados, es un resumen de esos hechos basados en datos concretos y comprobables. A mayor transparencia, menor irregularidad. Informar con responsabilidad implica no tergiversar los hechos ni mucho menos “llevar agua para mi molino”. Un profesional siempre debe actuar de buena fe. Si se comete un error, lo correcto es reconocerlo públicamente y repararlo (situación a la que no estamos ni por asomo acostumbrados).
Los medios, en tanto empresas, se han alejado hace tiempo del buen ejercicio de la profesión. ¿El objetivo? En primer lugar, salvar su negocio e incidir, en la medida de lo posible, en la toma de decisiones. De esta forma se ha producido un quiebre con los periodistas de calidad, quienes no eligen salvar su pellejo mediante el deporte, la farándula y el vedetismo.
Lo que sostengo no es ninguna novedad, pero se hace cada vez más evidente sin ningún tipo de tapujo. Ya no interesa que se conozca públicamente que la información producida en sus despachos es una mercancía tanto política como económica. Y es en este punto donde los periodistas profesionales se divorcian de sus mercenarios colegas.
En la televisión se promueven las noticias para el olvido, la farandulización constante y sus celebrities venidas a menos, con data que no interesa siquiera a una ameba pero que intentan hacerla pasar por lo más relevante del momento. Claramente, el producto final que ofrece este medio no puede llamarse dignamente periodismo, sino más bien espectáculo. Y del berreta.
A todo el pauperismo cultural hay que agregarle los opinadores seriales. Ya no hay datos. Hoy reinan las opiniones sobre los temas más banales. Y en tanto la sociedad quiera y permita esta banalización, la vulgarización del periodismo habrá triunfado en su máximo esplendor.
Como última reflexión me surge hacer un llamado a la población a revisar qué es lo que consumimos. No solo de calorías vive el hombre. También existe la nutrición provista por la información y ambas son importantes si queremos vivir mejor.
* https://www.spj.org/ethicscode.asp
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