Lenguaje Inclusivo: el “dicciocidio” del siglo XXI

Lenguaje Inclusivo

Si bien hay muchas definiciones y conceptos sobre el “lenguaje”, término que por su amplitud de abordaje excede la capacidad de análisis en una mera nota de opinión como la que pretendo redactar, intentaré sintetizar sus principales características. El lenguaje es una capacidad propia del ser humano para expresar sus pensamientos y sentimientos por medio de la palabra oral, escrita o mediante símbolos, posibilitando la comunicación entre los individuos y colaborando a su desarrollo y a la construcción de una cultura común.

El lenguaje, en cuestión, abarca todo aquello que podamos imaginar e incluso aquello que se encuentra por fuera de nuestra capacidad de conocimiento o entendimiento. En definitiva, “lenguaje inclusivo” es una suerte de oxímoron, ya que el lenguaje, por su propia naturaleza no deja nada librado al azar: no hay objeto, idea, pensamiento o concepto que no pueda ser expresado mediante el lenguaje. Sin embargo, desde hace un tiempo, una parte de la sociedad argentina está empecinada en usar y promover a toda costa este tipo de lenguaje particular. ¿Pero qué es lo que se esconde detrás de un pequeño cambio, en principio, tan inocuo?

Contexto

Entre las múltiples bipolarizaciones del mundo que habitamos, el uso de la “e” como sinónimo de inclusión cobró visibilidad en 2018 durante las manifestaciones a favor de la legalización del aborto en nuestro país. La idea de este “abecericidio” tomó fuerza en los establecimientos educativos, con los estudiantes como estandartes de esta reivindicación que se ha expandido gracias al impulso de los movimientos feministas, a favor de la diversidad sexual y la comunidad LGBTIQ+.

Las distintas voces a favor de la legalización del aborto y estas movilizaciones coquetean día y noche con el lenguaje inclusivo, jugando a que se expanda en todos los ámbitos y forme, así, parte de sus logros embanderados con pañuelo verde. Como fenómeno social no es casual que la promoción del lenguaje inclusivo vaya de la mano de la ferviente campaña de despenalización del aborto. En definitiva, ambas son parte de una misma agenda. Y con esto no me declaro en contra de la despenalización del aborto, solo afirmo que ninguna de estas movidas es espontánea sino todo lo contrario: están muy bien orquestadas y planificadas. Desde el primerísimo momento que una mujer decide abortar, entran en juego una serie de mecanismos, organizaciones y negocios muy turbios y millonarios que, si bien no tienen que ver con la decisión de la interrupción del embarazo en sí, éste es su razón de ser y por el cual se retroalimentan constantemente.

Lenguaje Inclusivo
Argumentos en contra del lenguaje inclusivo

En primer lugar, los promotores de estos cambios absurdos, confunden gramática con machismo y desigualdad de género, olvidándose de que un cambio en la morfología de la palabra (el uso de la “e”, de la “x” o de la “@” para hacer alusión al género “indistinto”) lejos está de promover un cambio conceptual. El lenguaje simplemente nombra una palabra, pero el sentido último se lo da el hablante. Si en un trabajo dicen “todes” para referirse a los trabajadores no binarios pero luego no son tenidos en cuenta en sus tareas o son discriminados por los propios jefes, ¿sirve de algo la modificación léxica? Esta idea ilusoria de igualdad no hace más que maquillar a través de una inútil modificación, una situación social que lejos está de alcanzar el objetivo del que parte: la inclusión. El cambio de una forma por otra no necesariamente conlleva una modificación de pensamiento.

En segundo lugar, se debe tener en cuenta que en nuestra lengua el género es de la palabra, no de las personas a quienes se refiere. Podemos decir “abuelos”, “médicos” o “maestros” para referirnos a hombres y mujeres juntos, sin embargo, no sucede lo contrario cuando decimos “abuelas”, “médicas” o “maestras”. Y esto no implica ningún tipo de desvalorización, discriminación o desigualdad como algunos felizmente alegan. En definitiva, parece un poco pretensioso buscar la igualdad en simples constructos gramaticales que, paradójicamente, fueron creados por los mismos humanos que hoy reniegan de ellos.

Por último, el lenguaje inclusivo opera como una cárcel lingüística cuyas celdas no hacen más que dejarnos atrapados en un completo absurdo: lenguaje inclusivo sí o lenguaje inclusivo no. Excusa perfecta para dividirnos y mecanismo cruel para que mientras discutimos sobre su uso, en el país de las maravillas nos invada la inflación, la falta de trabajo y el aumento de la pobreza (entre otras muchas cuestiones).

Si lo que buscamos es igualdad, lejos de hurgar en el abecedario tendríamos que empezar por un mundo un poco más equitativo, partiendo por el respeto mutuo y el derecho al acceso de elementos indispensables como la salud, la alimentación y un hogar, sin importar sexo o género. Que la agenda de turno designe a las minorías con la “e”, “x” o “@” y traten de imponerlas en organismos públicos y casas de estudios como último grito de la moda, es dejar de lado la verdadera igualdad, aquella que empieza por ser tenido en cuenta antes que nada como persona.


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