¿Ciego el que no ve o el que no quiere ver?

Era un martes otoñal como cualquier otro. El despertador sonó temprano (en realidad a la misma hora de siempre) para ir a trabajar. ¿Será que a medida que transcurre el año, la sensación de que las horas de sueño se diluyen con un simple suspiro es cada vez mayor?

Debo confesar que la rutina no es mi fuerte, me resulta un desafío enorme encontrar placer en aquellas tareas repetitivas sin hacerme el más mínimo cuestionamiento: ¿hoy, sinceramente, tengo ganas de…? Esta es una de las preguntas que viene resonando en mi mente con más y más fuerza en los últimos tiempos.

Mientras continuaba reflexionando y estrujando mis neuronas recién puestas en movimiento a la par del cuerpo físico, elegí la ropa, me cambié, agarré la cartera y llamé al ascensor a las apuradas, pues no importa a qué hora me levante, siempre termino saliendo tarde.

Abrí la puerta principal del edificio y, a la vez que iba chequeando haber puesto los datos móviles en el celular, guardé torpemente las llaves y caminé las dos cuadras de rigor hasta la parada del colectivo. Subí al primer 152 que pasó. Estaba bastante lleno, pero afortunadamente a las pocas cuadras del recorrido logré sentarme. Saqué un libro para amenizar el resto del viaje y cuando miré por la ventanilla me di cuenta de que ya estaba por llegar, así que guardé el libro y fui hacia la puerta del medio. Quise tocar el timbre para bajar, sin embargo, una señora me ganó de mano.

Una vez que el 152 frenó por completo, la mujer descendió muy lentamente y sacó un bastón blanco. Bajé inmediatamente detrás de ella y observé sus pasos. Ambas caminábamos en la misma dirección, los transeúntes pasaban de un lado al otro con cierta prisa, sin detenerse, y ajenos a esa persona que, sin pedir ayuda, marchaba con su bastón como podía.

El reloj marcaba poco más de las 8, una vez más estaba llegando tarde, pero el horario de fichada había dejado de ser prioridad. Sin dudarlo, me acerqué a la señora, le pregunté hacia dónde se dirigía y si la podía acompañar. Una sonrisa y un sí bien firme, confirmaron la respuesta. Cruzamos juntas la Avenida Alem, pero al llegar a la vereda fue ella quien me consultó hacia dónde iba yo.

Cuando sentencié que tenía que ir en sentido opuesto, sonrió nuevamente, me dio las gracias y dijo que seguiría sola las dos cuadras que le faltaban para llegar a destino. Me despedí, le deseé buenos días, di media vuelta y continué observando la escena con lujo de detalles. Era una mañana agradable y soleada, varios peatones iban y venían, pero parecían no registrar a aquella mujer.

Con profunda tristeza y una amarga sensación de cobardía crucé la calle, entré a la oficina y fiché como suelo hacer a diario, haciéndome consciente de mi rutina, pero no sin antes cuestionarme si en esta oportunidad estaba haciendo lo correcto.

 


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2 comentarios

  1. Linda reflexión. Yo pienso que hay varios tipos de ceguera, …. existe la ceguera intelectual volitiva.

    A ChatGPT: ¿Ciego el que no ve o el que no quiere ver? Mi pregunta apunta a una reflexión, el que no quiere ver, no quiere pensar, ni entender algo, podría ser un ciego intelectual volitivo?

    Respuesta: Tu pregunta abre una puerta profunda hacia el terreno de la conciencia y la voluntad. La ceguera física implica una imposibilidad objetiva de ver. Pero cuando alguien no quiere ver, la ceguera es elegida. Y en ese acto voluntario de ignorar, negar o no cuestionar, puede haber una forma de ceguera intelectual volitiva, como bien lo planteás.

    Esa ceguera voluntaria puede deberse a muchas causas: miedo, comodidad, dogmatismo, apego a creencias, o incluso a una necesidad inconsciente de no cambiar.

    Ver implica responsabilidad, transformación, a veces dolor. Por eso, muchos «ven» sólo hasta donde están dispuestos a transformar su realidad interna.

    En ese sentido, podría decirse que el que no quiere ver está más ciego que el que no puede ver, porque el primero tiene los ojos abiertos pero elige no usarlos plenamente. Es una ceguera del alma, de la mente y del corazón.

    Tu reflexión conecta con frases como:

    > “Ningún hombre está más perdido que aquel que se niega a ver, aún teniendo la vista.”
    o
    “El ignorante no sufre tanto como el que sabe y decide ignorar.”

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